jueves, 20 de julio de 2017

Beato Justo Takayama Ukon

Takayama nació en 1552, tres años después que el misionero jesuita San Francisco Javier introdujera el cristianismo en Japón.

Los Takayama eran daimio, miembros de la clase gobernante de los señores feudales que secundaban a los shogun entre la época medieval hasta el inicio de la etapa moderna en Japón. Como daimio poseían varias propiedades y tenían derecho a formar ejércitos y contratar samuráis.

Takayama tenía 12 años cuando trajo al castillo de Sawa al P. Gaspare di Lella, un sacerdote católico, lo hizo por petición de su padre, el señor Tomoteru, un hombre con inquietudes religiosas, que quería debatir las virtudes del budismo con un sabio cristiano.

Tomoteru analizó en profundidad y con detenimiento la propuesta cristiana y le gustó, por lo que se bautizó él y su casa: su hijo, el joven Takayama (cuyo nombre real era Hikogoro Shigetomo) recibió como nombre de bautismo el de “Iustus” (Justo).

Los Takayama ayudaban en las actividades misioneras en Japón y eran protectores de los cristianos y de los misioneros jesuitas.

En 1576, con el sacerdote italiano Gnecchi Soldo, Ukon Takayama hizo construir la primera iglesia de Kyoto, que durante 11 años sería un centro misionero de Japón. De ella hoy sólo queda la campana.

En 1587, cuando el samurái tenía 35 años, Toyotomi Hideyoshi el gran unificador de Japón, era ya el nuevo Canciller de Japón, pronto fue evidente que no sólo quería un Japón unido, sino absolutamente dominado bajo su poder.



Según algunos relatos, una noble chica cristiana se negó a ser una más de sus concubinas, debido a su fe, y eso le enfadó mucho, inició una persecución contra los cristianos: expulsó a los misioneros e instó a los católicos japoneses a abandonar la fe.

Mientras que muchos daimio optaron por renunciar al catolicismo, Takayama y su padre optaron por abandonar sus tierras y sus honores para mantener la fe. Muchas personas trataron de convencerlo de renegar de su catolicismo. Sin embargo él se negó y eligió vivir como un cristiano hasta la muerte.

El P. Anton Witwer, postulador general de la Compañía de Jesús, indicó que el samurái "no quería luchar contra otros cristianos. Por lo tanto prefirió una vida pobre, ya que cuando un samurái no obedece a su 'jefe' pierde todo lo que tiene".

"Eligió la pobreza para ser fiel a la vida cristiana y durante años, vivió bajo la protección de amigos aristocráticos, llevando así una vida digna, (…) era un noble, una persona conocida”.

En 1597, el Canciller ordenó la ejecución de 26 católicos japoneses y extranjeros que fueron crucificados el 5 de febrero.

Cuando, en 1614, el nuevo shogun Ieyasu Tokugawa prohibió definitivamente el cristianismo Takayama fue al exilio y lideró un grupo de 300 católicos japoneses que partieron al extranjero en tres barcos. Dos iban a la portuguesa Macao. Otro, en el que viajaban Ukon Takayama, su esposa, hija y nietos, y unos 100 laicos japoneses, fue a Manila, Filipinas.

“Dios dice que quien toma la espada se arruina con ella. Formad familias en Filipinas y regresad a Japón como enviados para la paz”, dijo el daimio en el puerto de Nagasaki a su pueblo que se exiliaba con él.

Su esperanza es que aquellos cristianos volverían a Japón, más numerosos, como un puente entre culturas. Ya no pensaba en ejércitos, sino en algo más poderoso, que vive de generación en generación: pensaba en familias.

No podía saber que Japón se iba a cerrar a toda influencia extranjera durante más de 250 años, un fenómeno cultural y político realmente singular en la historia.

Llegaron a Filipinas en diciembre de ese año y se establecieron en Manila, la capital del país. donde fueron recibidos por una multitud de curiosos y los españoles le trataron con todo respeto. Incluso se habló de preparar una expedición militar española a Japón bajo su mando o consejo, pero él se negó.

Murió el 3 de febrero, 40 días después de su llegada a Filipinas, debilitado por los estragos de la persecución

Para el postulador de la causa, el padre Kawamura, este daimio puede ser un modelo para los políticos actuales, porque vivió en un entorno hostil, de políticas siempre cambiantes, pero “nunca se dejó extraviar por los que le rodeaban y vivió una vida según su conciencia, de forma persistente, una vida adecuada para un santo, que sigue dando ejemplo a muchos hoy”.

El 21 de enero de 2016, el Santo Padre Francisco autorizó la promulgación del decreto reconociendo como martirio la muerte del Siervo de Dios. Iustus Takayama Ukon.

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