jueves, 20 de julio de 2017

Beata Emilia Fernández "La canastera"

Emilia Fernández Rodríguez, nacida y bautizada en la parroquia de Santa María de Tíjola el 13 de abril de 1914 con los nombres de Emilia, Gregoria y Margarita. Era la segunda de tres hermanos y vivía, como tantos gitanos, en las casas-gruta. Tenía 4 años cuando la gran gripe tras la Guerra Mundial (la de 1918, la que llamarían "gripe española") mató a unos 50 niños del pueblo: ella sobrevivió. Sus padres le enseñaron a hacer cestos de mimbre y los vendían en los pueblos.


Llegó la Guerra Civil. Tíjola fue territorio republicano durante toda la guerra y los gitanos trataban de no sentirse involucrados en el conflicto. De hecho, en plena guerra, en febrero o marzo de 1938, Emilia se casó con su pariente Juan Cortés, un año menor que ella, por el rito gitano. 

Pero al poco llegaron milicianos insistiendo en alistar a Juan para el frente. Ella ya estaba embarazada. Idearon un plan para que él no fuese a la guerra. Prepararon una sustancia que pusieron en los ojos de Juan para dejarlo temporalmente ciego y mostrarlo incapacitado para el servicio. Pero cuando un tiempo después los milicianos vuelven y comprobaron que el joven gitano volvía a ver, constataron el engaño y los encarcelaron en prisiones separadas. A él, en la antigua azucarera "El Ingenio", reconvertida en prisión. A ella, en la cárcel de mujeres llamada Gachas Colorás, donde ingresó el 21 de junio. 

Su compañera de prisión María de los Ángeles Roda Díaz describiría así las condiciones en esta prisión republicana con unas 40 presas "de derechas", que a veces eran simplemente mujeres cristianas.

Emilia, embarazada, con su vientre hinchándose, fue juzgada el 9 de julio de 1938: se la condenó a seis años de cárcel.

Al principio, la joven gitana se sentía sola y no hablaba con las otras reclusas. Muchas veces hablaba en caló y sus compañeras ni la entendían. Pero su juventud y su estado despertaron enseguida la simpatía de las presas. Una chica de su misma edad, Dolores del Olmo Serrano, Lola, trabó amistad con ella. Era la que llevaba más tiempo presa allí por su militancia política en Acción Popular, el partido conservador fundado por el Siervo de Dios Ángel Herrera Oria. Al principio de la guerra se había significado demasiado visitando presos y celebrando algunas excarcelaciones.

Las mujeres solían rezar en grupo por las tardes y Emilia pidió a Lola que le enseñase las oraciones y a hacer correctamente la señal de la cruz. 

Ángeles Roda cuenta que Emilia era "una persona muy buena, humilde y religiosa", una mujer "fascinante". En prisión, con Lola, aprendió el padrenuestro, el avemaría y el Gloria, todo el rezo del rosario. Las letanías en latín no consiguió memorizarlas, pero a ella le bastaba con responder el "ora pro nobis". 

Entonces empezó el martirio propiamente dicho: el testimonio bajo persecución por la fe.

La directora de la cárcel, Pilar Salmerón Martínez, supo que la joven gitana había aprendido a rezar el rosario y llamó a Emilia para que delatara a su catequista. A cambio le ofrecía un mejor trato, e incluso interceder por su libertad o intentar sacar a Juan de prisión. Probablemente, consideraba que la gitana era la menos integrada en el grupo o la más débil y presionable.

Emilia se negó a delatar a Lola, que ya había estado antes en celdas de aislamiento. Y la directora decidió castigar a la gitana embarazada con esas celdas terribles. Lola, que era vista como la cabecilla evidente y veterana de 3 años de prisión, también fue encerrada en esas celdas que ya conocía. 

Con encarnizamiento, la directora mantuvo a Emilia en la celda de castigo en el frío invierno y le recortó la comida. Aunque Emilia pidió al gobernador civil que la liberasen por su embarazo y su delicado estado, no hubo respuesta. 

El 13 de enero, a las dos de la madrugada, Emilia dio a luz en el suelo de la celda a una niña, ayudada por algunas reclusas. Su amiga Lola bautizó a la pequeña esa tarde: se llamó Ángeles. 

Madre e hija fueron llevadas al hospital, pero 4 días después ambas vuelven a la misma celda de castigo pese a sus hemorragias. Emilia empeoró. El 25 de enero una carroza de caballos la llevó moribunda al hospital donde murió. El certificado médico lo atribuye a una infección postparto sumada con una bronconeumonía. 

Para la Iglesia está claro: su caso es como el de otros mártires del siglo XX, por ejemplo en los campos nazis o comunistas, que mueren por el trato inhumano en prisiones a causa de su fe. En este caso está claro que si ella hubiera delatado a su catequista y hubiera renunciado a una vida cristiana visible habría sido premiada con mejores condiciones. 

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